Es muy importante saber cuándo un suelo está sano y tener claras qué pruebas pueden hacerse para comprobarlo, pero ¿todos los suelos son iguales? ¿Existen diferencias entre los que dan vida a frondosos bosques y aquellos que sostienen campos de cultivo? Los suelos nos proporcionan muchos servicios ecosistémicos y tienen potencial para ser grandes sumideros de carbono y almacenar mucha agua, características especialmente interesantes en un contexto de emergencia climática como el que estamos viviendo. Ahora bien, sus características y capacidades estarán muy condicionadas a lo que tengan encima. NO todos los suelos son iguales. Hablémoslo.
Los suelos forestales, los más eficientes
La tierra, el suelo, que soporta los bosques ejerce como pieza clave en el sistema terrestre y almacena grandiosas cantidades de carbono. De hecho, los suelos forestales almacenan unos 2.544 millones de toneladas de carbono sólo en la península ibérica. Esta cifra equivale, por ejemplo, a todo el dióxido de carbono (CO₂) emitido en España en los últimos 29 años o cuadruplica la cantidad de carbono que se acumula en la biomasa de nuestros bosques (troncos, hojas, raíces, etc.) . Pueden ser y son, por tanto, vitales para mitigar los efectos del cambio climático. Es más, en Europa los bosques son los únicos ecosistemas que actualmente capturan más carbono de lo que emiten, mientras que otros como los suelos agrícolas, los de los pastos o los de los humedales pierden más de lo que secuestran.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta función esencial se puede poner en riesgo si no se preserva la salud del suelo. El carbono que almacenan los suelos forestales puede tardar décadas, o incluso siglos, para acumularse de forma natural, pero puede liberarse rápidamente a la atmósfera si se realiza una gestión inadecuada. Por eso es tan importante adoptar modelos de gestión de bosque que favorezcan la renaturalización y las dinámicas naturales de los ecosistemas forestales. Esto significa reducir la intervención humana y priorizar la conservación de la biodiversidad edáfica, integrada por microorganismos e invertebrados que descomponen la materia orgánica, estabilizan el carbono y regulan los ciclos de nutrientes.
Los suelos agrícolas pueden ser parte de la solución
Por su parte, los suelos agrícolas son, en general, más pobres que los forestales. ¿Por qué? Pues porque se produce una pérdida de materia orgánica con la cosecha, una disminución de la entrada de carbono por el uso masivo de fitoquímicos y una ruptura de la estructura equilibrada y natural del suelo a través de técnicas como la labranza. Desde los inicios de la agricultura intensiva e industrial, con la llamada revolución verde, la humanidad ha explotado la tierra sin pensar en las consecuencias: pérdida de materia orgánica, erosión de todo tipo de suelos, contaminación de las aguas subterráneas y del propio suelo, etc.
Esto es un desastre histórico, pero al mismo tiempo se trata de una oportunidad para que otros modelos productivos recuperen la vitalidad de los suelos agrícolas. Por ejemplo, con la agricultura regenerativa, un modelo que se centra precisamente en recuperar la fertilidad y salud del suelo a la vez que se producen alimentos suficientes para todos. Algunas de las técnicas planteadas son eliminar la labranza para no romper la estructura del suelo, dejar restos de cultivos anteriores o mantener cubiertas vegetales para aumentar la cantidad de materia orgánica o reducir el uso de fertilizantes químicos y pesticidas.
El modelo regenerativo propone hacer frente al cambio climático almacenando carbono en el suelo, pero sin dejar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Y no se trata de un modelo puramente teórico, sino de un cambio de paradigma agrícola que algunas fincas llevan años aplicando. Buscan revertir la situación: hacer que los suelos agrícolas dejen de ser parte del problema para pasar a ser parte de la solución. Fincas como Mas Planeses, VerdCamp Fruits, Pomona Fruits o Familia Torres no sólo nos demuestran que es posible sino que no se trata de volver al pasado. Consiste en aplicar conocimientos milenarios junto a técnicas y avances completamente innovadores y basados siempre en la evidencia científica.
Y lo más importante es que el potencial de mejora es enorme. Para hacernos una idea, se ha estimado que aumentando un 0,4% la retención de carbono de todos los suelos, con un cambio en las prácticas agrícolas, se podría compensar la totalidad de las emisiones actuales de gases de efecto invernadero. Además, la agricultura regenerativa también contribuye a aumentar la resiliencia climática, por ejemplo, produciendo alimentos en contextos de sequía como la actual, ya que el suelo es capaz de absorber y retener más agua o ayudándonos a paliar el efecto de graves inundaciones por lluvias torrenciales.